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Ayer recibimos un comentario sobre el tema Zaffaroni cuyo texto y respuesta puntual puede verse aquí:
Pero el comentario dispara más análisis porque tiene contenido valioso aunque sólo contenga unas pocas palabras.
Si leyó el comentario, entonces sabe que hay una diferencia entre “violación” o abuso sexual y abuso deshonesto.
Efectivamente, son dos categorizaciones que implican distinto nivel de pena y, por lo tanto, se discrimina entre ellos.
Este ha sido el reclamo (correcto reclamo) de Juan Pablo, puesto que yo puse “…violar a una nena y zafar…”. En la forma en que lo escribí no hay diferencia entre los conceptos. La acusación fue por violación y Zaffaroni entendió que correspondía conceptuar como abuso deshonesto porque no hubo penetración sino sexo oral.
Dentro de la filosofía del derecho estas categorizaciones, como aquella otra de que no hay violación si no hay luz, corresponden a perfiles psicológicos criminalísticos y también corresponden a la categorización de daño físico o moral y en qué grado cada uno.
El problema se produce cuando uno se pregunta a qué vienen todas estas categorizaciones y discriminaciones. En este punto es que el ciudadano común no comprende el lenguaje ni el razonamiento técnico legal.
Si analizamos históricamente el desarrollo del razonamiento legal, encontraremos que el concepto inicial es simple: si hay daño hay pena. Con el correr del tiempo y las distintas presentaciones, demostraciones y apariciones de casos puntuales, aquel concepto simple comienza a complejizarse. A medida que aparecen los “pero en este caso…” van apareciendo las categorizaciones conceptuales, técnicas y las graduaciones de las penas a cada caso.
Este desarrollo puede entenderse como un avance racional de la justicia y, de hecho, así es como es entendido.
Sin embargo, yo tengo una opinión personal crítica al respecto.
Para el caso puntual del post sobre el abuso deshonesto, personalmente opino: en el sistema de penas pueden establecerse gradaciones según el caso; pero en el sistema de reparaciones no veo forma de revertir el daño producido a esa niña. Desde el punto de vista humano tampoco veo que la aplicación de la política y la legislación tomen acción eficiente para finalizar el dolor que nos provocan estos casos.
Creo que no se trata de un avance de la “razón y la justicia” sino una evolución de las excusas que se han apoyado en los vacíos legales (de categorización o de tipificación) con ventaja para los delincuentes. La evolución de las normativas para contener el delito, han implicado debate acerca de las excusas y, con el transcurso del tiempo, se ha relajado la severidad y la claridad de los conceptos, produciendo una clara ventaja para el delincuente en contra del ciudadano.
Por una parte, los métodos iniciales se consideran hoy como barbarie. Alcanza para comprender esto el considerar que el término “testigo” hace referencia a quien se juega sus testículos para respaldar lo que declara. Antes del juramento simplemente el testigo ponía sus testículos en un banco y, ante la demostración de que mentía, se le aplastaban con un mazo. En aquellos momentos había más brutalidad, pero menos delincuencia.
Para la época del nacimiento de nuestra República, ya eran combatidos estos conceptos. Nuestra constitución considera que la reclusión de los delincuentes es para protección y no para castigo. Este concepto más humanitario ya no coincide a pleno con el concepto de penalidad sino más bien con el de retribución o compensación de daños producidos (Esto está en la respuesta a Juan Pablo, en el link indicado arriba). Sin embargo, la legislación Argentina ha resultado igualmente de tipo Penal (no tenemos un código de retribución pero sí un código penal) y con normativas tan duras como el que un delincuente reincidente debe ser expulsado de la provincia.
La institución que se ocupa de la Asistencia Social tiene mecanismos para separar a los niños de las familias corruptas o delictivas y llevarlos a instituciones que los cuiden y les den una educación que les permita ser ciudadanos honestos en lugar de delincuentes… (“Este país tiene la mejor y más completa legislación del mundo”. Hemos copiado toda la legislación del planeta y la aplicamos “a la carta”, cada gobierno usa la que le convenga a su ideología o sus objetivos. El poder judicial siempre es funcional a esos objetivos partidistas o ideológicos, cosa que no se asemeja en nada a la idea de Justicia).
En esa época, como lo indica el mismo Charles Darwin a su paso por Argentina, él percibe dos tipos de ciudadanos, y véase ya la etimología que prioriza al hombre de ciudad por sobre el de campo. Uno es el hombre de ciudad al que describe como comerciante rudo, armado con arma de fuego en su cinto al caminar por las calles. Denuncia corrupción extrema al punto de mencionar que el Jefe de Correos acuñaba moneda por su cuenta y denuncia al proceso judicial como de una acción laxa al punto de encarcelar a un ciudadano por encargo si un ciudadano le solicitaba esto al abogado y el abogado intermediaba con el juez, emitiéndose la orden de arresto y lográndose sin más el encarcelamiento.
Tanto en el campo como en la ciudad, las disputas personales que no se podían resolver en fueros judiciales se resolvían mediante el duelo.
Las categorizaciones y tipificaciones, así como la emisión de nueva legislación, han logrado una gran mejora respecto de las injusticias dentro de los fueros legales (entiéndase injusticias involuntarias). Pero las injusticias premeditadas, las que se ejercen por medio de la corrupción también han ganado terreno y se han institucionalizado en todo el mundo. El “lado oscuro” de la justicia no se ha retraído desde aquellos tiempos sino que se ha sistematizado aún en las organizaciones internacionales.
Esto, a mi criterio personal, es una de las principales causales de la violencia social no explícita. Me refiero a que el ciudadano percibe la injusticia como daño, como laceración. Cuando no le toca ser protagonista, se piensa que no lo sufre. Sin embargo, recibe “violencia” moral, la recibe a diario y, con los años, percibe el crecimiento de la injusticia con lo que se vuelve psicológicamente agresivo o extremadamente defensivo o ambas cosas a la vez.
Los tecnicismos, las injusticias, la justicia “a la carta”, la tolerancia al delito que percibe al asesino como una víctima, pero la intolerancia al trabajador, al que no se le considera víctima y, por lo tanto se le sigue exigiendo cada día más por menos dinero… esta enorme discriminación genera una violencia social que explota en las familias y las amistades, es decir, en los terrenos donde nos sentimos “contenidos”. Sufrimos y expresamos nuestro malestar con los allegados, con los que “nos pueden aguantar”. Así se deteriora todo el entramado social: la amistad, la familia, la industria, el comercio; que son factores aglutinantes en una sociedad, se vuelven relaciones de lucha, de temor, de ventaja, de violencia… Toda nuestra sociedad se corrompe y termina por disgregarse ante la “acidez” de las relaciones.
La correcta aplicación de la Justicia (aquí no digo “la ley”) es vital para evitar este deterioro. Y no se hace.
Ni en Argentina ni en ninguna parte del mundo. Así, el Ser de la institución judicial se diluye en la nada y pasa a ser cómplice de la destrucción de la sociedad que debía proteger.
Lo que quiero decir puede resumirse en el razonamiento de dos frases:
Primero veamos la definición de Robespierre: “Los países libres son aquellos en los que son respetados los derechos del hombre y donde las leyes, por consiguiente, son justas.” (Esto en sí, ya es una objeción a la evolución judicial actual).
La segunda frase, para empalmar el razonamiento con la anterior, es de San Agustín: “Un estado que no se rigiera según la justicia se reduciría a una gran banda de ladrones”. (Y este es el “tiro de gracia” al sistema ejecutivo, legislativo y judicial actual, en el mundo y cuya expresión está muy alejada del concepto de Justicia).
Y para ser un poco más agresivo puedo citar la frase de Hitler a sus oficiales mayores: “… han permitido la corrupción.”
La cito como una frase para el Poder Judicial, porque de ellos era el trabajo de cuidar la limpieza del sistema. Lo cito como frase para el Poder Legislativo porque las leyes que dictaron siempre tuvieron los agujeros necesarios para poder reservarse privilegios para unos pocos.
En suma, esta es mi crítica: Justicia y Ley no son lo mismo.
Por ello la frase en la respuesta a Juan Pablo: “debemos dejar de hacer lo legal y comenzar a hacer lo correcto”.
Esta frase representa un quiebre cultural para nosotros. Representa algo impensable. Tan impensable como el punto al que hemos llegado por no hacer nada.
La solución a nuestros problemas está en valores que descartamos hace tiempo: la conciencia social, la hermandad, la moral. No hablo de tonterías del nivel de la “moralina” de Nietzsche. Hablo de una calidad de ciudadano que pueda aspirar a los beneficios que todos deseamos. Es decir, esa calidad humana que nos falta para poder lograrlo. Es decir “el hombre bueno” de Perón, “el hombre virtuoso” de Franklin cuando dijo:
“Sólo un pueblo virtuoso es capaz de vivir en libertad. A medida que las naciones se hacen corruptas y viciosas, aumenta su necesidad de amos.”
Y los valores que mencioné antes no son las meras palabras, cuando hablo de valores me refiero a las herramientas que lograrán que un pueblo, con el paso del tiempo, resista la tendencia a la corrupción que menciona Franklin. Porque ¿De qué sirve lograr un Pueblo Virtuoso, si no puede sostenerse en el tiempo?
Tanto como aquella Argentina que se liberó con nuestros próceres, como aquella que necesitaba una constitución y, no pudiéndola generar por sus propios medios, tuvo que copiar una existente… ¿Para qué tomarnos el trabajo de liberarnos, como lo hicieron nuestros ancestros, si después tendremos la dejadez de llegar hasta donde hemos llegado?.
Esos valores, que consideramos estúpidos, son lo único que nos puede curar; si tenemos la voluntad de rescatarlos y el valor de hacerlos respetar.
Como dijo Kenedy: “Un país se define por la gente que crea”.
Mal que nos pese.